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May 19

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Instagram está raro. Revuelto 🌊. Confuso.

A veces, es como llegar a nuestra casa (construida con nuestras propias manos) y no reconocer ese espacio. Como si alguien hubiera reubicado los muros y cambiado las paredes mientras salimos a hacer un recado. Como si, a la vuelta, la cocina estuviera en el extremo opuesto y, al entrar en el baño, nos encontráramos el salón. ¿Qué hace el sofá orejero al lado de la escobilla del wc? ¿Quién ha metido la tele dentro de la ducha?

Nos tiene desubicados. Tanto cambio despista. Tanta vuelta de tuerca marea.

Uno de los cambios que más desconciertos ha provocado en las últimas semanas es la bajada de likes y comentarios. Cuando parecía que todos habíamos asumido que el algoritmo afectaba a la visibilidad, de repente, nos tocan algo a lo que le teníamos aún más cariño: el engagement. ¡Ay! 😖

¡Chupito de biodramina para todos!

Es normal desorientarse cuando solías tener 500 likes y de repente tienes 100. Es normal que te preguntes qué estás haciendo mal o por qué ya no gusta tu contenido. Por eso quería publicar este carrusel en el que te explico qué es lo que está pasando. Para contarte que nos gustas tanto como antes y que seguimos estando aquí, entre las paredes que construiste, aunque a veces no nos sientas. Aunque te las cambien de sitio y tengas vértigo y pienses que también se te mueve el suelo. Para decirte que, aunque podamos irnos, preferimos quedarnos. Contigo ♥️.

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Ene 18

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Hace 8 años abrí la puerta de un despacho sin tener la más mínima idea de lo que iba a decir. Sabía que una vez dentro ya no habría vuelta atrás. Ni excusas ni prórrogas ni dejar pasar otro día con la esperanza de reunir un poco de valor. Dentro sólo existía la posibilidad de caminar hacia delante.  Así que entré para obligarme a ser valiente y dar el siguiente paso. 

Me temblaban las rodillas y las cuerdas vocales. Y sobre todo me temblaba la cuenta bancaria porque estaba a punto de dejar un trabajo fijo (en el que llevaba la friolera de 10 años) sin tener la más mínima idea de cómo iba a pagar la hipoteca yo sola. 

Pero respiré y conseguí articular 2 palabras antes de apretar el detonador que iba a hacer que mi vida saltara por los aires:

-Me voy -me oí decir sin creer del todo que esa voz estaba saliendo de mí. 

-¿A comer? -me respondió mi jefe, completamente ajeno a la bomba nuclear que acababa de explotar en mi cabeza.

-No, que me voy para siempre.

Y así, sin más, cerré 10 años de trayectoria en la agencia de publicidad que me había enseñado todo lo que sabía hasta ese momento.

Muchos me tacharon de loca: ¿Por qué no has esperado a que te despidan? ¿Sabes la cantidad de dinero que te darían si te despidieran después de 10 años de contrato? ¿Cómo puedes renunciar a la tranquilidad que te daría ese colchón económico?

Pero a mí lo de fabricar colchones a costa del dinero ajeno nunca me pareció una buena idea. Mía era la decisión de marcharme y mías debían ser las consecuencias. No quería negociaciones, pactos ni esperas. Porque dentro de mí había prendido la llama de salir corriendo y eso era todo lo que me importaba. Así que me marché de ese despacho con las manos vacías, la agenda en blanco y los bolsillos del revés. 

Y, como quien acaba de sobrevivir a una explosión, pensé: 

Estoy viva. Y ahora… ¿qué hago con “esto”? 

Esa pregunta fue el mejor de los regalos. Y me lo sigue pareciendo 8 años después de que aquella puerta se cerrara detrás de mí para no volver a abrirse. Porque las puertas se cierran, las etapas se acaban y algunas hogueras se apagan. Pero mientras estemos aquí, aún podemos hacer algo bueno con “esto”.
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Dic 16

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No creo que pueda volver atrás. Imposible: me he movido de mi sitio. No es verdad que cuando te paras, te detienes. Puede suceder que un parón se convierta en la mayor patada en la rabadilla que pueden darte, en un empujón hacia delante.

Pero déjame volver un poco atrás, por si no te has enterado. Mi hija empezó a encontrarse mal hace unas 3 semanas: primero unas décimas, después la tos, más tarde dejó de comer, de jugar y llegó un momento en el que tenía tanta fiebre que no podía abrir los ojos. Fuimos 2 veces a urgencias. Decían que era otitis y volvíamos a casa con un cóctel perfecto para atacarla, pero no funcionaba. Se estaban equivocando. Mucho. L. tenía neumonía. Y yo también. Solo que en el afán de cuidarla y atender el lanzamiento de Storyland, no me di cuenta a tiempo. 

Han sido semanas complicadas. La tos, el puñal en las costillas, la presión en los pulmones y mil millones de estrellas explotando en mis pupilas. Las radiografías, mi cuerpo por dentro, y todas esas bolsitas de formas caprichosas aparcadas en mi pulmón derecho. Días que pasan como fogonazos sueltos. 

L. empezó a mejorar enseguida. Y yo me dejé hacer. ¡Qué remedio! Voy por mi tercera semana en la cama (aún me quedan días). El lanzamiento, las prisas, los emails... han quedado atrás. Me he salido sin querer de la rueda del hámster. 

Lo curioso es que ahora, a pesar de la frustración de los primeros días, no tengo la sensación de haber perdido el tiempo. Todo lo contrario. En la quietud, han llegado ideas que me han agitado el corazón, intuiciones que pasan de largo cuando vives a la carrera. Ahora tengo la certeza absoluta de que necesito más ayuda para trabajar y vivir tranquila.

Y sí, aún se me parte el corazón por el lanzamiento de Storyland y por hacerme a la idea de que es posible que, por primera vez, no se llenen las plazas. (Gracias de corazón a todas esas personas que me habéis ayudado compartiendo). 

Pero lo que importa es que he parado y me he movido hacia adelante. Que me he caído y a la vez he sido sostenida por un montón de personas. Y todo eso ha pasado desde mi cama. Parando cuando pensaba que sólo podía correr hacia adelante. Quieta y palpitante. Viva. 💫
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Nov 25

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He decidido que no. Que esto no puede ser. Que algo falla y hay que corregirlo. Sí, en serio, algo falla cuando tenemos los discos duros a reventar de fotos que en su día quisimos publicar pero que se quedaron a medio camino. Algo falla cuando lo que te apetecía compartir de repente no te parece suficiente: no es lo suficientemente bonito, lo suficientemente espectacular, lo suficientemente instagrameable. Lo suficientemente digno para estar aquí. En el MoMA de *la vida*.

*La vida* es eso que pasa mientras le das vueltas a tu próximo post. Un momento antes de publicar, te fijas en tu foto, que hasta hace un segundo era perfecta, y de repente te falta la torre Eiffel al otro lado de la ventana, una puesta de sol de algodón de azúcar y una bandada de pájaros formando una V perfecta sobre tu cabeza. Y entonces desandas el camino andado, recoges el dedo de publicar y lo conviertes en dedo acusador. En el dedo que señala *lo que falta*. 

Y mirando *lo que falta*, te descentras, dejas de ver lo importante: que lo que le exigimos a la foto se lo exigimos a la vida. Y no es justo. Porque el sol sólo se pone una vez al día, y los pájaros vuelan como quieren. Y no todas las ventanas dan a la torre Eiffel ni hay París en todas las ciudades. *Ni falta que hace*. 

*Lo que hace falta* es otra cosa. Volver a apropiarnos de la belleza, de lo digno, de lo suficiente. Reconquistar nuestros feeds como quien reconquista un trocito de su vida. No tener que comprobar mil veces si hay suficientes chalecos salvavidas para que no se hunda nuestra autoestima antes de darle al botón de publicar. 

Por alguna razón peregrina, estas fotos llevan más de 2 años en mi disco duro. No recuerdo el motivo exacto, pero seguro que en su momento debí fijarme en lo que faltaba. Como si unos melocotones frescos recién traídos del mercado no fueran suficiente para hacernos un poquito mejor la existencia. 

Quién quiere algodón de azúcar cuando puede darle un mordisco al verano. Y recordarlo.

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